Nuestro anterior artículo publicado aquí mismo hablaba de la falta de respeto en general y al patrimonio histórico y arquitectónico en particular…
Se trataba de una reflexión sobre la falta de escrúpulos que existe para la alteración e incluso el derribo de obras de otros que, por el paso del tiempo, por su significado y por ser manifestaciones y testimonios vivos de la historia, no pertenecen exclusivamente a sus autores sino a la sociedad entera.
Pero ya decíamos entonces que esa falta de escrúpulos y los intereses particulares, legales pero ilícitos, están continuamente desvirtuando en la mayoría de los casos y destruyendo en demasiados esa historia ensoñada, esculpida, construida en el espacio.
Ahora retomamos este asunto con la misma preocupación al conocer los planes de intervención drástica e ignorante, sí ignorante, sobre algunos edificios emblemáticos de Madrid: la sede del Banco Central Hispano (Canalejas, 1) y el edificio La Equitativa (Alcalá 14). A propósito de ello, el diario El País publicó un artículo sobre este asunto en particular y la respuesta aún silenciosa de profesionales y amantes de la arquitectura y de la cultura en general:
Banco Central Hispano en Canalejas_Madrid
No quiero extenderme en describirlo, pero sí deseo de nuevo llamar la atención sobre lo comentado porque en definitiva se trata de la necesidad imperiosa de reeducarnos en los valores más elementales para el sostenimiento (ahora tan de moda) de la sociedad que no es más que el conjunto de personas que en ella vivimos. La «sociedad» no tiene nada que hacer, ni que pensar, la «sociedad» es lo que son las personas que la forman. A nosotros nos incumbe reaccionar y hacer, más que decir.
En los años 80 vivimos una fiebre de conservación irracional de todo lo antiguo por el hecho de serlo. Digo irracional por exceso de celo, porque se dieron casos de «condenar» a mantener alturas sensible y puntualmente irregulares en manzanas en las que la mayor parte de la edificación había sido renovada. Ello a pesar de que lo que se conservaba no reunía más mérito que su antigüedad, y que se encontraban en un estado deplorable por la carencia de mantenimiento desde que se edificaron. Por lo que su «conservación» no dejaba de ser en principio un intento desesperado por recuperar el tiempo perdido. Se trataba de conservar las fachadas, como si la arquitectura fuese un decorado de cartón piedra más o menos bello. Como si a un anciano lo rejuveneciéramos con solo sustituirle la cabeza por la de un joven…Y tan lejos del conocimiento de la Arquitectura como resultado de la experiencia de vivir en espacios ordenados, funcionales, materializados en volúmenes armónicos, bajo el efecto de la luz..todo lo que en definitiva es capaz de conmover el espíritu.
Abogamos por el respeto a la obra, pero no al final de su vida cuando ya es apenas recuperable, sino desde el principio, por lo que se debe regular de forma eficaz y no solo literal el deber de conservar.
Y aquí desempeñan un papel fundamental los ayuntamientos como órganos administrativos en directo contacto con sus edificios. La Inspección Técnica de Edificios ha sido y es una gran idea, tanto como evidente debería haberlo sido desde que se advierte el envejecimiento de las ciudades y la inacción de sus ciudadanos en su mayoría.
Pero debe replantearse la planificación del mantenimiento de los edificios, de forma que se programe un calendario eficaz, inexcusable y cuyas verificaciones se evidencien mediante el registro de los controles y las acciones necesarias.
Por experiencia propia, la primera inspección técnica realizada a los 30 años de antigüedad pone de manifiesto grandes faltas de mantenimiento, de reformas y modificaciones (en algunos casos imprudentes) y de utilización indebida de las instalaciones.
Cierto que se corrigen al cabo de tanto tiempo con las obras necesarias en la mayoría de los casos, pero con un coste para sus propietarios muy superior al que hubiese supuesto remediarlas a tiempo. Basta pensar en las consecuencias de unas filtraciones por una cubierta en mal estado durante años: no acarrea solamente la reparación de su material de cobertura, sino que seguramente implicará la restauración de otros elementos y materiales, como la estructura, los aislamientos, los enlucidos de yeso, las pinturas, las carpinterías, los falsos techos…
Por todo ello es necesaria la concienciación, en primer lugar mediante la educación primaria (sí, en las escuelas por sus maestros), de la conservación de nuestra historia edificada, de la concienciación de lo innecesario que es tirar lo antiguo, que no viejo, si está bien conservado.
Hasta que se tome conciencia de ello y forme parte del sentir y pensar de las personas, será necesaria la regulación por obligación..¡una lástima, pero así es!.
Os agradecemos vuestro interés y vuestros comentarios.